sábado, 23 de decembro de 2023

Por Nadal

Entre tres séculos

Ollada rutilante e pluma de ouro. A minuciosa esculca da Noiteboa por Pardo Bazán

No limiar das festas de Nadal ou do solsticio de inverno, como cada quen mellor considere, traio aquí,  á volta de cento trinta anos, un texto exquisito de Emilia Pardo Bazán que, ao meu ver, non precisa maior comentario, só a recomendación dunha lectura sosegada e gozosa. Nel, como é doado apreciar, a autora mestura con mestría no seu crisol literario olladas, lecturas e referencias directas de meticulosa observación de campo, etnográficas, sociolóxicas, históricas, mitolóxicas, relixiosas e moitas máis, con trazos ritualistas e naturalistas, dándolles voz e sobre todo protagonismo no fío da crónica a maiores e pequenos, e poñendo o foco visor e escrutador principalmente nas clases populares e nos máis humildes, aqueles que viven cos pés e as mans na terra, onde prenden e afincan as súas raíces, como modo particular e determinación elixida ou imposta de estar no mundo. Pero todo iso sen deixar de evocar con agarimo as vivencias natalicias materno-filiais no seu propio fogar de nobre avoengo na lendaria Marineda.  Unha gaioleira viaxe no tempo que nos devolve á nenez coetánea e ulterior –a da miña xeración entre elas–, proxectándonos cara a un porvir sincrético que peta nas portas da memoria, do corazón e o imaxinario da cerna esfarelada dos nosos días. Panteísmo personificador e humanizante de aquí e de acolá a mancheas, a medio camiño entre o cristián e o pagán, onde por veces non se albiscan sequera confrontacións nin fronteiras, apenas unha liña sutil de silandeira continuidade infinda na pupila do rastreador actual. E decote, a diáspora como epílogo dos distintos aléns, deste ou doutros mundos, porque as ausencias e despedidas nunca o son de todo e para sempre nin posúen idénticos destinos, como acredita con agudeza, finura e dor o artigo. Dona Emilia ten xa a palabra, que hoxe con gratitude e agrado tamén fago miña, a maneira dunha sorte de alfaia rescatada en préstamo para compartir con outros lectores amigos en calidade de intanxible galano.

Felices Pascuas e que a entrada no novo ciclo estacional transcorra con acougo e ben, nestes días en que sentimentos, emocións e crenzas de todo tipo sepulen e aviventan o noso transitar por estes pagos, mesmo dos máis escépticos, indómitos e descridos. De todo ha de haber en beneficio da idiosincrasia de cada un, da policromía do ser e da pluralidade do pensamento local e global no devir das témporas.

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LA NOCHEBUENA EN GALICIA

Es la Navidad la fiesta católica por excelencia, la fiesta universal que estremece de alegría los ámbitos del mundo; sin embargo, cada región le imprime su carácter propio, adoptándola a su peculiar manera de concebir la idea religiosa. Yo os diré cuáles son en mi tierra los regocijos y las nostalgias de la gran noche; cómo se siente y cómo se celebra ese momento divino, que por medio del radiante arco iris de la esperanza une la tierra árida y fría al cielo azul turquí tachonado de magníficas estrellas.

No busquemos la fiesta de Navidad en casa del pudiente. La riqueza es cosmopolita y enemiga jurada de las dulces tradiciones y las viejas costumbres: el lujo es monótono, igual a sí mismo en todas las comarcas del planeta. Para la cena de Navidad, lo mismo en Vigo que en París, el rico abre la ostra salobre y hace saltar el corcho del Champagne bullidor. En la morada del rico apenas distinguiríais la Nochebuena de cualquier otra noche del año, si los niños no reclamasen, ya el extranjero árbol de Navidad, ya el clásico, neto y castizo belén.

¡Los niños! Son los verdaderos tradicionalistas; son los únicos que aún conservan y cultivan el recuerdo de la más alta fecha que registra la historia. Gracias a los niños, no han olvidado enteramente las personas mayores que hace diez y nueve siglos vino al mundo, en un establo, El que nos había de redimir, muriendo muerte de cruz.

¡Los niños! Ellos se han reservado el privilegio de poner en escena el hermoso drama plástico del advenimiento de Cristo a la tierra. Siempre que se acerca la Navidad, puéblase mi imaginación de reminiscencias de la niñez de mis hijos. Me veo comprando el belén en la plazuela de Santa Cruz, escogiendo figura por figura, buscando los reyes más barbudos y de túnica más rozagante, las más gentiles zagalejas, los dromedarios más reverendos y los cabritillos más blancos, y eligiendo después un magnífico portal y una imponente lejanía de palacios y torres de cartón que contrastase bien con la sierra cubierta de escarcha y el profundo valle en cuyas grutas oraban los pastores. Me veo desempaquetando en Marineda aquella carga parecida al retablo de Maese Pedro, y revistiendo de follaje la habitación donde queríamos ofrecer el belén a la admiración de la chiquillería. Y el fresco musgo de la Granja de Meirás imitó praderas, y los pedazos de una luna de espejo remedaron el serpear del río caudaloso, y gasas de suaves colores fingieron horizontes celestes, y la estrellita, puesta muy en alto, lo iluminó todo con fantástico esplendor… ¡Mil veces feliz edad la que se alumbra con una estrella de talco y ve el cielo en unos pliegues de tul!

En el campo no se arma el belén: el lujo de los juguetes es desconocido para los niños pobres. Los muchachos de la aldea, en estos días del año, lo que hacen es ir de puerta en puerta entonando con voz plañidera y acento nasal los villancicos de Aninovo. Y a las puertas de las chozas –las puertas más fáciles de abrir para el que pide– se asoman buenas mujeres, vejezuelas compasivas de esas que reservan siempre a las criaturas una sonrisa y un sentencioso consejo; y en los raídos y abollados hongos o en las miserables boinillas –porque la rica y graciosa monteira ya cayó en desuso– llueve la espiga de maíz, el pedazo de borona, el puñado de habichuelas o castañas, o el torrezno rancio. Colecta humilde, sabrosa para los pedigüeños. Con ella se refocilarán en esos días que así celebra el millonario como el mendigo. En Galicia, lo mismo que en el resto de España, el pueblo lo solemniza; pero seamos sinceros ante todo y observemos que esta gente inmutable, por la cual diríase que resbala sin profundizar la corriente de los siglos, lo que conmemora no es tanto la fecha cristiana del Nadal, como la renovación del año, la crisis de la madre naturaleza, que una vez más resucita triunfadora. Este período en que la tierra, sacudiendo el letargo invernal, siente los primeros latidos de los gérmenes que pronto romperán el surco, es el que el aldeano celebra, es la primera fiesta heliástica del año, sólo comparable a la de las lustraciones, la de San Juan –día en que, a la madrugada, el sol baila de júbilo en el firmamento.

Guiado por la confusa pero tenaz memoria del atavismo, el aldeano, en los últimos días del año, que para nosotros evocan el culto del Redentor espiritual, evoca a su vez las enseñanzas de los primitivos institutores religiosos que tuvo Galicia –los druidas.

– En esta fecha era cuando los hombres del árbol cortaban de la sagrada encina, con hoz de oro, el gui o muérdago, a la claridad del plenilunio; y el teatro de la escena era el bosque mismo, la horrenda selva, el lubrego, porque el celta no erigía templos, siendo para él la naturaleza toda inmenso altar. – En esta fecha se cumplían los más solemnes ritos de aquella religión naturalista y panteísta que a duras penas y superficialmente desarraigaron los valerosos apóstoles cristianos.

Entrad en la cocina que sirve de salón al labriego, y donde se reúne y agrupa la familia al calor del hogar. Bien pronto advertiréis que, bajo el nombre de Navidad, lo que allí se está celebrando no es sino la druídica fiesta del fuego. Esa llama alta y viva, que dibuja sobre las paredes amasadas con pedruscos y cal de sapo las siluetas de los que rodean el lar, procede del gran tizón de Año Nuevo, del leño inmenso destinado a arder ocho días, y que a pesar de la olvidada o ignorada prohibición de los Concilios, se enciende y cuida como cuidaban el fuego sagrado las vestales. Por nada del mundo renunciarían a encender el leño simbólico, pues sus vagas supersticiones de palingenesia y su firme creencia en la inmortalidad del alma les impulsan a preparar el foco en que han de calentarse los espíritus de los antepasados, que vienen del otro mundo ateridos por el hielo de la eterna sombra. El leño misterioso de Navidad no se enciende sólo para los vivos: los muertos acuden a participar de su calor. Por eso cuentan que ante el sacro fuego –ante la resplandeciente y terrible faz de Agni, numen del hombre primitivo, conjurador de la frialdad de las edades paleolíticas,– el campesino gallego no se atreve a cometer impureza alguna, y la mujer, requestada por el marido al pie del hogar, recházale con energía exclamando: «¡Que nos ve la lumbre!»

No impide, sin embargo, el respeto al fuego que en la cocina, durante la noche de Navidad, se cante, se ría, se beban largos tragos de picante y fresco mosto, y se saboreen entre festiva cháchara los harinosos zonchos o castañas que en bien abrigada olla se cocieron con su piel. El viejo de los donaires cuenta historias de gorja, anécdotas en que la malicia y la ingenuidad se dan la mano; los rapaces galantean muy de cerca a las rapazas; los muchachos ya se caen dormidos, como cae del árbol la pera en sazón; el ciego de la viola entona con voz aguardentosa el villancico o narra el secular romance; los casados hablan del tiempo y de la cosecha –los dos tópicos del agricultor,– y mientras tanto, una mujer, de edad madura, de curtido rostro, la dueña de la casa, permanece silenciosa y hasta se diría que la luz de la ahumada candileja y el ardiente reflejo del tizón hacen rielar una lágrima en sus ojos… Es que piensa en sus dos hijos menores, los que emigraron en tiempos difíciles, yéndose allá, muy lejos, a no sé que mortífera comarca brasileña; y como ni una carta, ni una noticia ha recibido en cinco años, la madre, en esta noche, en medio de esta jovial algazara, discurre si aquellos dos pedazos de sus entrañas, tan mozos, tan colorados, tan rubios como eran, habrán venido en espíritu, desde el reino de las tinieblas, a calentarse en el fuego santo.

EMILIA PARDO BAZÁN

La Ilustración Artística, (Barcelona, Imprenta de Montaner y Simón). Nº 625, 18 de decembro de 1893, p. 822.

Gravado de Sadurní a partir dunha pintura de Cecilio Plá. La Ilustración Artística. Nº 625, 18 de decembro de 1893, p. 823.

Reproducido logo noutras publicacións da Galicia interior e exterior.


 

venres, 24 de marzo de 2023

Os centros educativos dos cubanos

Rememorando

Primeira exposición sobre as escolas dos emigrantes galegos radicados en Cuba

Baixo o título Os centros educativos dos cubanos. Memoria gráfica, entre os días 5 e 7 de febreiro de 1998 instalouse no Paraninfo da Universidade de Vigo, co gallo do congreso internacional O significado do 98 na historia cubana e española. A súa transcendencia nas relacións Galicia-Cuba, unha mostra monográfica con fondos escolmados da miña colección privada e por min comisariada dende o Arquivo da Emigración Galega. Exposición e Congreso estaban organizados e promovidos polo Consello da Cultura Galega e a propia institución universitaria do sur de Galicia. Dez anos despois, a mostra con diferentes denominacións iniciou un pequeno percorrido por Galicia, recalando en localidades como Burela (2008), A Veiga (2009), Mugardos (2010) e Negreira (2010-2011). O contido da exposición estruturábase en dous bloques temáticos cos rótulos O legado dos indianos e A obra das sociedades de instrución. O primeiro conformábano 10 imaxes históricas e recentes. E o segundo 48 de similares características, todas elas anteriores a 1995. En total 56 instantáneas doutras tantas escolas custeadas con capital reunido polos emigrantes galegos na Gran Antilla, ben de maneira individual por parte dos filántropos emigrados ou ben de forma corporativa polas sociedades de instrución, ademais da reprodución de dous emblemáticos gravados icónico-verbais dunha das asociacións, cunha colosal carga alegórica, con lemas e motivos referentes á vivencia identitaria colectiva dende a distancia e ao compromiso comunitario coa terra de orixe dos integrantes da mesma agrupación. Para servirlles de guía aos visitantes publicouse un folleto de 12 páxinas que incluía os datos básicos de cada unha das reproducións fotográficas, precedidos dun pequeno limiar, varios distintivos sociais e unha mínima escolma de textos das entidades educativas da diáspora. Unha copia íntegra da mostra custódiase arestora no Arquivo da Emigración, que na actualidade se atopa emprazado en dependencias da Cidade da Cultura, no monte Gaiás da capital de Galicia. O repertorio fotográfico constitúe un testemuño visual dunha realidade que nalgúns casos, lamentablemente, xa esmoreceu ou mesmo desapareceu e noutros, por fortuna, permanece en pé e aínda en mellores condicións e con usos máis acaídos dos que tiña daquela. Que sexa por moitos anos máis para beneficio de todos, como o quixeron os seus patrocinadores e cantos logo os secundaron e contribuíron a manter vivo o seu legado, símbolo perenne de xenerosidade e compromiso social.

Portada da Guía – Catálogo da exposición